domingo, 17 de enero de 2010

EL MILAGRO DE LA VIDA.....


Una mujer, a la que le realizaron un trasplante de hígado hace cinco años y que, según los médicos, no estaba en condiciones de ser madre, dio a luz mellizos en una clínica privada de esta ciudad, sin que ella ni sus bebes corrieran riesgos.

En realidad, la novedad en este caso fue el doble alumbramiento de una mujer trasplantada, porque Natalia Flores, de 28 años, ya había sido mamá en dos embarazos anteriores: tuvo una nena, en enero de 2000, y otra, en noviembre de ese año.

Fue un desafío grande de la naturaleza contra la ciencia. Este tercer embarazo era considerado por los facultativos como de alto riesgo por su doble condición de ser gemelar y por tratarse de una madre trasplantada.

Los bebes nacieron por cesárea antes de término porque los médicos detectaron que la paciente había comenzado a descompensarse en sus funciones hepáticas y renales.

Los bebes, que nacieron con 32 semanas de gestación pesan unos 1500 gramos y se encuentran en la unidad de terapia intensiva neonatal de la Clínica del Sol. Ya les sacaron los respiradores y comenzaron a alimentarse por boca, según informó el médico Walter Accotto, que dijo que los recién nacidos se encuentran en buen estado y que evolucionan favorablemente.

Un mes en incubadora
Las criaturas deberán permanecer en incubadora alrededor de un mes, en tanto que la madre fue autorizada a reintegrarse a su hogar.

Natalia dijo a la prensa que se sometió al trasplante de hígado como consecuencia de una hepatitis autoinmune que padeció a los ocho años y que terminó en una cirrosis. "Desde entonces, estuve bastante mal", relató.

La enfermedad le impidió terminar sus estudios y trabajó durante tres años en una panadería hasta que el deterioro de su salud le impidió continuar en actividad.

Sufrió sucesivas internaciones y, después de tres años en lista de espera para el trasplante, recibió su nuevo hígado en la Fundación Favaloro, en Buenos Aires. Hoy su vida ha dado un gran vuelco, pues puede gozar de Bianca, próxima a cumplir tres años; de Oriana, de dos años y dos meses, y de las flamantes incorporaciones al seno familiar: Valentín y Matías.


http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=466347

SIEMPRE ESTA LA ESPERANZA...

VIDAS CRUZADAS....


Javier, Sara, Manuel e Isabel están unidos por un cordón invisible a 900 kilómetros de distancia. No se conocen y probablemente nunca lo harán, pero se deben la vida. Sus vidas se han cruzado para siempre.

 Desde hace seis meses Sara e Isabel viven con los riñones de Javier y Manuel, dos donantes emparentados e incompatibles con sus parejas. Sus riñones no eran válidos para sus esposas, así que los intercambiaron.

Son los primeros pacientes (con nombres ficticios para respetar su anonimato) que han participado en un trasplante cruzado, un proyecto pionero en nuestro país con el que la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) busca aumentar el número de donantes vivos de riñón para reducir las listas de espera.

La donación entre vivos es una de las pocas asignaturas pendientes en España.

La demanda de órganos aumenta al mismo tiempo que la fuente principal de tejidos empieza a agotarse. El año pasado el balance se cerró con 4.000 operaciones, un nuevo récord para la ONT y también con un dato que preocupa: en 2009 casi la mitad de los donantes fueron personas mayores de 60 años.

Los donantes jóvenes empiezan a escasear por el descenso de muertes en accidentes de tráfico y la paradoja es que hoy una persona mayor tiene más facilidad para encontrar un órgano que un paciente joven. «Para cambiar esta situación, la única opción razonable es favorecer el trasplante entre personas vivas», apunta Rafael Matesanz, director de la ONT. «Sabemos que en candidatos bien elegidos el riesgo por vivir con un solo riñón es muy bajo y la operación es muy poco traumática».

«Todos ganan»

El año pasado los trasplantes renales entre personas vivas crecieron en un 50 por ciento, pero no es suficiente. Una de cada tres intervenciones de este tipo se frustran por problemas de incompatibilidad entre donante y receptor. Y, en esos casos, la respuesta está en la donación cruzada. «Todos ganan con el intercambio. No se pierde ninguna voluntad de donación y se dan más oportunidades a los enfermos para que abandonen la diálisis», explica Matesanz.

La idea requiere una compleja y sólida infraestructura que involucra a equipos de trasplante de varios hospitales y obliga a mover donantes y receptores por toda la geografía nacional. Basta con que se descoloque una pieza de ese entramado para dar al traste con el trasplante de varias personas.
Javier y Manuel participaron el año pasado en la primera iniciativa de ese tipo.

Ellos y sus esposas fueron elegidos entre un grupo de 40 parejas candidatas. Javier viajó hasta el Hospital Clínic de Barcelona para dar su riñón a Isabel, mientras que su mujer aguardaba en el quirófano del Hospital Virgen de las Nieves de Granada el órgano de un desconocido (Manuel).

El 21 de julio, el mismo día a la misma hora, entraron en el quirófano, en una doble operación simultánea para evitar que nadie se arrepintiera. Después Sara e Isabel fueron trasplantadas.

Las cuatro intervenciones fueron un éxito. Seis meses después los cuatro se encuentran en buen estado. Los cuerpos de Javier y Manuel se han acostumbrado a vivir con un único riñón y Sara e Isabel cuentan con una segunda oportunidad.

«Volvería a hacerlo»

La ilusión de Javier habría sido darle uno de sus riñones a su mujer. Ahora sólo piensa que con esta fórmula se han beneficiado dos personas. Hoy «volvería a hacerlo». Lo peor «fue estar separado de ella durante la operación, cada uno en el quirófano de un hospital diferente», recuerda.

A Javier como a la mayoría de los donantes, antes de dar el paso le insistieron hasta la saciedad en los posibles riesgos de la intervención. Tuvo que comparecer ante el comité ético del hospital y un juez para explicar su decisión. El médico para contar los riesgos y posibles consecuencias de la intervención y el juez para dar fe de que el donante es consciente de la situación y de que no existe ningún interés comercial. «Les dije que quien estaba en peligro era mi mujer, no yo». De Manuel e Isabel, la pareja a la que han quedado unidas de por vida saben que están bien por su médico. Él les cuenta en cada control cómo va todo.

Veintiséis parejas más, unidas por algún vínculo no necesariamente sentimental, aguardan la llamada de su médico para saber si pueden beneficiarse de una nueva operación de este tipo.

Miguel y Lola podrían ser una de los elegidas. Desde que les incluyeron en el programa viven pegados al teléfono móvil, esperando una llamada del hospital. Lola lleva cuatro años en diálisis. Tres horas de tres días a la semana permanece enganchada a una máquina que le filtra la sangre. Ni su pareja, ni ninguno de sus tres hijos ha cumplido los requisitos como donante. Ahora aguarda impaciente: «Llevo un año esperando y cada día se me hace más largo. Me siento joven y con muchas cosas por hacer. Si me trasplantan podré ir a pasar temporadas a una casa en un pueblecito de Castilla-La Mancha que ahora está demasiado lejos de cualquier hospital donde hacerme la diálisis». No tiene miedo, sólo sufre por Miguel «porque a él no le pase nada». «Yo ya he pasado por un cáncer y varias operaciones -añade-, sólo quiero que llegue cuanto antes el trasplante. Espero que nadie se eche atrás. Sé que mi marido no lo hará».

http://www.abc.es/20100118/nacional-sociedad/vidas-cruzadas-20100118.html

miércoles, 6 de enero de 2010

LOS LIMITES DE PALPITAR




Es razonable imaginar que en el mismo instante en que Roberto Sánchez dejó de existir a las 20.40 del lunes 5, como informó su cirujano, no solamente nació un mito popular: también empezó a madurar una relectura de la intervención médica que lo mantuvo con vida más allá de lo que podía esperarse de esa vida. Debilitado por su afección crónica y varios años por encima de la edad aconsejable, Sandro fue sometido a un doble trasplante y a cinco operaciones más en el curso de 45 días. El sueño de recuperación se volvió agonía. Y el dolor del final reforzó las penumbras: ¿los esfuerzos por mantenerlo vivo no fueron obstinados, vanos y desmedidos? ¿valieron la pena?
El primero en plantear el interrogante fue, curiosamente, el cardiólogo y especialista en trasplantes Guillermo Bortman, uno de los miembros del equipo que trató a Sandro en Mendoza. “Me pregunto si no nos estamos ensañando para que viva”, comentó a periodistas a mediados del mes pasado. Sus colegas reaccionaron con indignación. “Es una barbaridad médica (pensar eso)”, adujo el cirujano Claudio Burgos. “Acá no se dan los brazos a torcer hasta que el paciente esté vencido, y el paciente no está vencido”, agregó el cardiólogo Sergio Perrone. “Nuestra filosofía es que mientras haya esperanzas de vida y curación, seguiremos trabajando”, respondía por su parte el director del Hospital Italiano de Mendoza, donde se realizó la intervención, Miguel Nicolás. La preocupación, en todo caso, constituye un tema álgido de la reflexión bioética. En particular, en una época en la que, en palabras del académico venezolano Francisco Kerdel Vargas, subyace la sensación de que cualquier muerte representa una falla o fracaso del acto médico. Para María Luisa Pfeiffer, doctora en filosofía e investigadora del Conicet, el abuso de autoridad médica empezó a configurarse cuando le ofrecieron a Sandro la posibilidad de un trasplante para el cual su organismo no estaba preparado. Con el “agravante”, añade, de que pudo distraer la disposición de órganos para un receptor con mayores posibilidades (hoy hay 25 que esperan un trasplante cardiopulmonar y 96, de pulmón).

Según datos de la Sociedad Internacional de Trasplantes de Corazón y Pulmón, sólo cuatro de cada diez pacientes que reciben un trasplante cardiopulmonar llega a vivir más de cinco años. Y el pronóstico empeora de manera marcada si los pacientes superan el límite de los 50 años, como suelen recomendar las guías internacionales. Por otra parte, ese tipo de trasplante para pacientes con EPOC o enfermedad pulmonar obstructiva crónica, la dolencia de Sandro, ya no se recomienda excepto en casos excepcionales. “Las perspectivas eran muy malas”, desliza un cardiólogo porteño que prefirió no ser nombrado.

El médico es parte de una sociedad que piensa que el mal absoluto es la muerte, subraya Pfeiffer. “Pero una de las características de un buen médico siempre ha sido saber cuándo no hay nada más que hacer por el paciente”, añade.

No existe acto en medicina que tenga, en el imaginario colectivo, la dimensión épica de los trasplantes. Hay un enfermo, más o menos moribundo, que aguarda el órgano; un cuerpo que se transforma en donante después de una tragedia; y un equipo de médicos que, a la manera de los héroes mitológicos, logra rescatar a la persona de las garras de la muerte para insuflarle nueva vida. Pfeiffer cree que los trasplantes, uno de los grandes éxitos de la medicina del siglo XX, encarnan varios elementos del paradigma cultural vigente, incluyendo el sustento tecnológico para la práctica médica, un modelo de médico con permiso de meterse en el cuerpo y mutilarlo, el cuerpo como máquina y la posibilidad de la inmortalidad.

En el terreno real, y el propio Sandro lo vivió en carne propia, el escenario tiene más matices. Aunque por cuarto año consecutivo la Argentina superó en el 2009 la barrera de los 1.000 trasplantes anuales, la lista de 8.800 personas que aguardan órganos, córneas y tejidos no se estrecha. “Cada día, entran dos nuevos pacientes y mueren otros dos mientras esperan”, dice Jorge Carayani, trasplantado cardíaco desde hace 15 años y ex miembro del Consejo Asesor de Pacientes del Incucai. “¡No puede ser que haya gente que espere diez años por una córnea, por citar un ejemplo!”.

Para Carayani, cuyo médico personal es Bortman, el problema de Sandro no fue el trasplante en sí, sino el deterioro que le produjeron los dos años de espera hasta acceder a los órganos. “Eso le pasa a muchos pacientes”, lamenta Carayani. Según el cardiólogo Perrone, quien trató a Sandro desde el 2004, la donación de órganos, más allá del resultado final en este caso, es buena para el prójimo y le da vida a mucha gente. “Roberto sobrevivió al trasplante, lo mató un cuadro infeccioso”, aclaró.

¿Pero hubo “encarnizamiento terapéutico”, o la aplicación de medidas que no pueden curar y simplemente prolongan la vida en condiciones penosas? Pfeiffer está convencida de que sí, en especial, después de que comenzaron a aparecer las primeras complicaciones después del trasplante.

Carlos Gherardi, ex jefe de Terapia Intensiva y actual director del Comité de Bioética del Hospital de Clínicas, tiene una mirada más benigna. Sostiene que, desde su perspectiva, el punto central es que el paciente (Sandro en este caso) estuvo de acuerdo en intentar el trasplante como última instancia para superar su enfermedad. Y habría sido conciente, en todo momento, de los riesgos que tomaba. “No se perdió nunca la directriz inicial, que era mantener el trasplante activo y la sobrevida, y todo indica que el paciente estuvo dispuesto a seguir la lucha”, asegura Gherardi.
Autor del libro “Vida y muerte en terapia intensiva” (Biblos, 2007), Gherardi es muy crítico de uno de los costos del progreso médico y la impregnación de la cultura por la tecnología: la definición de la muerte como una serie de enfermedades prevenibles y, por consiguiente, siempre evitable. También fustiga algunos artilugios de los médicos, como eludir admitir a los familiares y pacientes sobre las perspectivas nulas de evolución y reemplazarlas por palabras tales como “chances remotas”, que siempre son interpretadas como esperanza de curación. Esas esperanzas que nunca perdió Sandro y compartieron hasta el final sus fanáticas y amigos. “Esperaba, como todos, que se salvara”, lo lloró Susana Giménez. Pero vinieron la neumonía, la infección generalizada, la falla de órganos, el shock séptico y el paro cardíaco. Quizás un final previsible. El encuentro con lo inexorable.

Y Sandro se hizo inmortal.

Matías Loewy

http://www.elargentino.com/nota-72686-Los-limites-del-palpitar.html