domingo, 17 de enero de 2010

VIDAS CRUZADAS....


Javier, Sara, Manuel e Isabel están unidos por un cordón invisible a 900 kilómetros de distancia. No se conocen y probablemente nunca lo harán, pero se deben la vida. Sus vidas se han cruzado para siempre.

 Desde hace seis meses Sara e Isabel viven con los riñones de Javier y Manuel, dos donantes emparentados e incompatibles con sus parejas. Sus riñones no eran válidos para sus esposas, así que los intercambiaron.

Son los primeros pacientes (con nombres ficticios para respetar su anonimato) que han participado en un trasplante cruzado, un proyecto pionero en nuestro país con el que la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) busca aumentar el número de donantes vivos de riñón para reducir las listas de espera.

La donación entre vivos es una de las pocas asignaturas pendientes en España.

La demanda de órganos aumenta al mismo tiempo que la fuente principal de tejidos empieza a agotarse. El año pasado el balance se cerró con 4.000 operaciones, un nuevo récord para la ONT y también con un dato que preocupa: en 2009 casi la mitad de los donantes fueron personas mayores de 60 años.

Los donantes jóvenes empiezan a escasear por el descenso de muertes en accidentes de tráfico y la paradoja es que hoy una persona mayor tiene más facilidad para encontrar un órgano que un paciente joven. «Para cambiar esta situación, la única opción razonable es favorecer el trasplante entre personas vivas», apunta Rafael Matesanz, director de la ONT. «Sabemos que en candidatos bien elegidos el riesgo por vivir con un solo riñón es muy bajo y la operación es muy poco traumática».

«Todos ganan»

El año pasado los trasplantes renales entre personas vivas crecieron en un 50 por ciento, pero no es suficiente. Una de cada tres intervenciones de este tipo se frustran por problemas de incompatibilidad entre donante y receptor. Y, en esos casos, la respuesta está en la donación cruzada. «Todos ganan con el intercambio. No se pierde ninguna voluntad de donación y se dan más oportunidades a los enfermos para que abandonen la diálisis», explica Matesanz.

La idea requiere una compleja y sólida infraestructura que involucra a equipos de trasplante de varios hospitales y obliga a mover donantes y receptores por toda la geografía nacional. Basta con que se descoloque una pieza de ese entramado para dar al traste con el trasplante de varias personas.
Javier y Manuel participaron el año pasado en la primera iniciativa de ese tipo.

Ellos y sus esposas fueron elegidos entre un grupo de 40 parejas candidatas. Javier viajó hasta el Hospital Clínic de Barcelona para dar su riñón a Isabel, mientras que su mujer aguardaba en el quirófano del Hospital Virgen de las Nieves de Granada el órgano de un desconocido (Manuel).

El 21 de julio, el mismo día a la misma hora, entraron en el quirófano, en una doble operación simultánea para evitar que nadie se arrepintiera. Después Sara e Isabel fueron trasplantadas.

Las cuatro intervenciones fueron un éxito. Seis meses después los cuatro se encuentran en buen estado. Los cuerpos de Javier y Manuel se han acostumbrado a vivir con un único riñón y Sara e Isabel cuentan con una segunda oportunidad.

«Volvería a hacerlo»

La ilusión de Javier habría sido darle uno de sus riñones a su mujer. Ahora sólo piensa que con esta fórmula se han beneficiado dos personas. Hoy «volvería a hacerlo». Lo peor «fue estar separado de ella durante la operación, cada uno en el quirófano de un hospital diferente», recuerda.

A Javier como a la mayoría de los donantes, antes de dar el paso le insistieron hasta la saciedad en los posibles riesgos de la intervención. Tuvo que comparecer ante el comité ético del hospital y un juez para explicar su decisión. El médico para contar los riesgos y posibles consecuencias de la intervención y el juez para dar fe de que el donante es consciente de la situación y de que no existe ningún interés comercial. «Les dije que quien estaba en peligro era mi mujer, no yo». De Manuel e Isabel, la pareja a la que han quedado unidas de por vida saben que están bien por su médico. Él les cuenta en cada control cómo va todo.

Veintiséis parejas más, unidas por algún vínculo no necesariamente sentimental, aguardan la llamada de su médico para saber si pueden beneficiarse de una nueva operación de este tipo.

Miguel y Lola podrían ser una de los elegidas. Desde que les incluyeron en el programa viven pegados al teléfono móvil, esperando una llamada del hospital. Lola lleva cuatro años en diálisis. Tres horas de tres días a la semana permanece enganchada a una máquina que le filtra la sangre. Ni su pareja, ni ninguno de sus tres hijos ha cumplido los requisitos como donante. Ahora aguarda impaciente: «Llevo un año esperando y cada día se me hace más largo. Me siento joven y con muchas cosas por hacer. Si me trasplantan podré ir a pasar temporadas a una casa en un pueblecito de Castilla-La Mancha que ahora está demasiado lejos de cualquier hospital donde hacerme la diálisis». No tiene miedo, sólo sufre por Miguel «porque a él no le pase nada». «Yo ya he pasado por un cáncer y varias operaciones -añade-, sólo quiero que llegue cuanto antes el trasplante. Espero que nadie se eche atrás. Sé que mi marido no lo hará».

http://www.abc.es/20100118/nacional-sociedad/vidas-cruzadas-20100118.html

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